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En días como hoy en los que ningún momento será recordado como el mejor de nada, días en los que desconfío hasta de mi propia sombra, en los que mi hostilidad hacia los demás creo que ya no puede ser mayor y me cuesta tanto encontrar soluciones que no sean siempre la resignación a poner la otra mejilla una y otra vez, siento una necesidad incontrolable de quejarme hasta la saciedad igual que una adolescente malcriada pero con la certeza de que tengo razones, argumentos y buen criterio para desesperar ante la incomprensión de por qué cosas tan evidentes y que podrían ser más sencillas de lo que son, solo las veo claras yo.
En días como hoy poca cosa más queda por hacer, sino —en la teoría— rememorar esta lista para convencerme de que este estado de tristeza es pasajero y —en la práctica— dormir hasta que me harte.
La lista:
El sueñecito que te entra cuando lees antes de dormir.
El principio de las películas clásicas en blanco y negro.
La ducha después de la playa.
Esos abrazos tan intensos con los que crees que por más que aprietes, no es suficiente para transmitir todo el amor que sientes.
Conocer gente y pensar que en el mundo, en el fondo, hay más personas buenas que malas.
Escuchar el ronroneo de un gato. Y acariciarlo.
Las noches de verano (sobre todo cuando anochece).
Cenar o tomar algo en la terraza en verano.
Las reconciliaciones.
Observar y aprender de los niños (sobre todo de mis sobrinos) y también cuando te demuestran su cariño.
Llorar de emoción cuando algo es inesperado y te hace muy feliz.
La satisfacción cuando acabo de escribir un texto y me gusta.
Ver dormir a la gente que quiero, sobre todo si duermen con una sonrisa en la cara.
Dormir junto a mi novio y sentir que está a mi lado si me desvelo en plena noche.
Comer fresas con nata.
Los momentos de lucidez cuando, entre preocupación y preocupación, te das cuenta de lo más importante y de lo afortunada que eres teniendo lo que tienes.
Observar el fuego de la chimenea y sentirse tranquila y calentita.
Pasear por la playa.
Esos momentos en que sientes que se detiene el tiempo, que solo piensas en ese momento o en esa persona con la que estás, y en nada más.
Tumbarme en la cama a escuchar música, a oscuras, dejando entrar solo un poco de luz por las rendijas de la persiana.
Las risas con los amigos.
Sentir la brisa o el sol en la cara.
Ver a mi padre sonreír o reírse a carcajadas.
Comer pipas mientras veo la tele.
Tumbarse en el césped.
Terminar un buen libro o una buena película y pasarme horas o días pensando en ello.
Los días lluviosos en casa.
Viajar, sentirme en otro sitio.
Conducir mientras escucho buena música.
Las conversaciones con mi novio, especialmente cuando vamos en coche, escuchando música.
Las despedidas bonitas.
Los reencuentros bonitos.
Sentir que aprendo cuando me explican algo.
Los buenos recuerdos.
Bailar y cantar a solas en mi habitación, cuando nadie me ve.
Acostarme sabiendo que el día ha dado para mucho.
* Fotograma de la película Los mejores años de nuestra vida, de William Wyler (1946) o de como quienes deberían ser héroes acaban siendo unos marginados.
5 comentarios:
¡Que cosa mas maravillosa son las listas! Son algo asi como coladores de interioridad: empujas todo y salen hilillos de concreccion.
tenderistheword.blogspot.com
Hay días que es mejor no haberse levantado... pero sigamos soñando... :)
Coincido en bastantes momentos inolvidables, pero también pienso como el primer comentarista. Un saludo.
Estos son sólo los que recuerdas. Si por algún agujero temporal pudiéramos recordar los de nuestra niñez, seguro que la lista sería interminable. Yo no tengo recuerdos anteriores a mis cinco o seis años. ¡Una pena oye!
me ha provocado ver esa película solo por las líneas que has escrito acerca de ella.
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